Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (Romanos 12:1)
Las iglesias evangélicas del siglo XX, y por ende las contemporáneas, han experimentado una fusión entre elementos paganos y cristianos; especialmente aquellas de tradición carismática, aunque otras denominaciones también han sido afectadas por esta tendencia.
Se ha popularizado la idea de que adorar implica entrar en una especie de trance en el que te desconectas completamente del mundo que te rodea. La concepción es que tu mente debe quedar casi en blanco, olvidándote incluso de los hermanos de la iglesia, mientras todo se centra en sensaciones y emociones. Para intensificar esta experiencia, algunos creen que bajar las luces y agregar sonidos de sintetizadores contribuye al momento místico y trascendental. Pero, ¿realmente es esto lo que la Biblia enseña sobre el «culto racional»? ¿Fue esta la práctica de la iglesia primitiva?
El criterio bíblico de la adoración
Es interesante notar que la misma palabra griega usada en Romanos 12:1 para «racional», logikos, es empleada también en 1 Pedro 2:2 para describir la «leche espiritual». Aunque la traducción de logikos depende del contexto, es innegable la conexión que se establece entre lo espiritual y lo racional, es decir, nuestra capacidad de pensamiento. Cuando Dios nos insta a amarlo (y adorarlo), nos indica que esto involucra no solo el corazón, sino también nuestra mente y nuestras fuerzas (ver Lucas 10:27). La idea de que adorar sea solo una experiencia de los sentimientos, anulando la mente, no tiene fundamento en la enseñanza bíblica. Tampoco lo tiene la práctica del éxtasis colectivo de orar en lenguas que muchas iglesias adoptan.
¿Qué hay, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento. (1 Corintios 14:15)
En la adoración bíblica no se disocia la mente del corazón, en la idea pagana de adoración, sí.
Tampoco se anulan los sentimientos en pro de un racionalismo muerto. Dios nos ha capacitado con un intelecto tanto como de sentimientos. Por lo tanto, en la adoración a Dios, mente y corazón van de la mano.
La infiltración pagana en la iglesia
Muchos rituales de culturas afroamericanas y tribus latinoamericanas autóctonas involucraban adoración a sus dioses donde las personas entraban en trance. Estos trances a menudo eran inducidos por la pérdida de sangre (como se menciona en 1 Reyes 18:28) y, en otras ocasiones, por el uso de drogas o largos períodos de ayuno. Durante estos éxtasis, también se daban profecías por parte de personas en ese estado (algo que puede sonar familiar en algunas iglesias actuales). Las culturas distantes de Dios, y sin el evangelio, no solo adoraban a ídolos, sino que su «forma de adoración» típicamente dejaba de lado la mente para concentrarse en experiencias emocionales, siendo un terreno fértil para la actividad demoníaca.
Curiosamente, muchas iglesias hoy en día denominan «adoración» a entrar en una especie de trance extático. Aunque no utilizan drogas, el ambiente creado con música a alto volumen, griterío colectivo y juegos de luces puede provocar que el cerebro genere sus propias sustancias químicas excitantes. Cuando las personas se habitúan a esto, comienzan a asociar la adoración con el éxtasis y, de cierta forma, se vuelven dependientes de estas experiencias. ¿Has vivido algo similar?
Renovando la mente con la Palabra de Dios
Si tu mente no está moldeada por los pensamientos del evangelio, corres el riesgo de quedar atrapado en iglesias centradas en el éxtasis. La falta de enseñanza bíblica suele acompañar a estas experiencias, que aunque extrañas al cristianismo, hoy se pretenden considerar como «normales». Muchos evitan hablar en contra de estas prácticas por temor a ofender, pero ¿no es acaso parte del evangelio presentar el problema del pecado y denunciar el error? No hay nada más peligroso que aquellas personas que creen conocer a Dios pero que, en realidad, no lo conocen verdaderamente porque nunca han profundizado en la verdad de las Escrituras, la revelación de Dios sobre sí mismo. A menudo, citando de manera descontextualizada 2 Corintios 3:6 que la «letra mata», se anima a las personas a cerrar sus Biblias y sumergirse en experiencias propias de antiguos cultos paganos, meramente adornadas con un barniz de cristianismo.
Nuestro culto, conforme a la Palabra de Dios, debe ser tanto racional como espiritual. Como dijo alguien: «el combustible de la adoración es la redención». La muerte de Cristo en la cruz, su victoria sobre el pecado y su gloriosa resurrección son nuestra alegría. La propia persona de Dios es el centro de nuestra adoración. Al ser renovadas nuestras mentes y corazones por la obra regeneradora del Espíritu Santo en nuestra salvación, estamos capacitados para adorar a Dios en espíritu y en verdad. No puede haber adoración genuina separada de la verdad.
Dios es Espíritu; y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren (Juan 4:24).
Si te encuentras en un lugar donde se proclama la adoración a Dios pero falta la verdad de la Palabra, ¡sal de allí! Porque Dios no se encuentra en ese lugar. Busca un lugar donde se predique la Biblia, donde tu corazón y mente sean transformados por el poder del evangelio. Dejemos de lado las experiencias místicas impulsadas por guías ciegos… ¡Abandonemos esas concepciones paganas de adoración y volvamos al único Dios verdadero!
Dios no nos ofrece experiencias extáticas para conocer a Cristo, sino un entendimiento que surge a través de la verdad de su Palabra.
Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna. (1 Juan 5:20)